El sofisma de la movilidad sostenible

[vc_row][vc_column][social_buttons][vc_column_text text_larger=”no”]En la Semana de la Movilidad Sostenible de 2020, Greenpeace informó que estimaba que 3.900 personas habían muerto en Bogotá, en lo que iba de ese año, por enfermedades causadas por la contaminación del aire, que además le costó a la ciudad 1.300 millones de dólares, más de 4 billones de pesos colombianos. Nadie refutó públicamente a la organización ambientalista, unos cuantos políticos incluso le hicieron eco.

¿Qué significa «movilidad sostenible»? ¿Recuerdan cuando nuestras Secretarías de Tránsito y Transporte se convirtieron en Secretarías de Movilidad, aunque siguieron haciendo lo mismo? Según la Universidad Politécnica de Valencia, cuando se habla de movilidad «se amplía el ámbito de acción y reflexión, desde el transporte al desarrollo urbanístico, a la prestación de servicios y al modelo de territorio».

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Académicamente hablando, «movilidad» es más que solo transporte, implica también el urbanismo: la densidad en edificaciones y en población; los usos y actividades que se permiten y se promueven; los servicios públicos que se ofrecen, y un largo etcétera, que puede incluir lo que se nos ocurra, según nuestra capacidad de innovación, como el teletrabajo, la organización de horarios, en fin.

Sin embargo, después del cambio nominal, el transporte siguió tratándose en las Secretarías de Movilidad y el urbanismo en las Secretarías de Planeación, con muy poca o nula coordinación entre las entidades.

El desarrollo del suelo a lo largo de los ejes del sistema de transporte público masivo en Curitiba, con alta densidad (es decir, con edificios de muchos pisos) y usos mixtos, es «movilidad»; los ejes de transporte público masivo en Bogotá (o sea, las troncales de Transmilenio), sin suelo de alta densidad ni usos mixtos, a los cuales se llevan los pasajeros mediante buses alimentadores, son apenas «transporte».[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_media_grid gap=”0″ initial_loading_animation=”” grid_id=”vc_gid:1620655674650-3b67dbe1-4ab6-5″ include=”7313,7310,7311″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]¿Qué quiere decir «sostenible»? Hay por ahí quienes creen que es reducir las emisiones y promover modos de transporte alternativos y limpios como la bicicleta, pero no es solo eso. El término se utiliza desde la Declaración de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, de 1992, y para que algo pueda ser considerado sostenible debe cumplir algunos de los 27 principios de esta declaración.

Para sorpresa de muchos, su primer principio es: «Los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el desarrollo sostenible. Tienen derecho a una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza».

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Bogotá lleva décadas promoviendo exitosamente la bicicleta, desde los años 70, pero no ha puesto el mismo ahínco en salvaguardar la salud y la vida de los usuarios de las ciclorrutas que empezó a construir desde finales de los 90. Estos corredores segregados, si bien brindan más protección que pedalear entre los automóviles, están ubicados en su mayoría en vías muy contaminadas por material particulado y ruido, entre otros. La ciudad no monitorea la contaminación a la que están expuestos los ciclistas, ni su salud, tampoco ha desarticulado las redes que hacen posible el creciente robo de sus vehículos y en ocasiones el asesinato de a quienes se los arrebatan. Los biciusuarios también ponen una importante cuota entre las víctimas de los accidentes de tránsito.

Por otro lado, desde hace más de medio siglo (más tiempo del que lleva promocionando la bicicleta) la ciudad escogió basar su transporte público masivo en un combustible cancerígeno: el diésel, que además del material particulado y otros contaminantes produce mayor presión sonora que los motores eléctricos. No se monitorea la contaminación en los microambientes del transporte ni se vigila la salud de sus trabajadores y usuarios. En los corredores de Transmilenio, especialmente, no se aprovecha el árbol urbano para tratar de mitigar la contaminación; los buses de la primera generación se usaron más allá de su vida útil (lo que empeoró la calidad del aire en el microambiente) y los de la segunda fueron adquiridos permitiendo tecnologías que ya habían sido desechadas por la norma europea.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_single_image image=”7317″ img_size=”large” add_caption=”yes” alignment=”center” parallax_scroll=”no”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text text_larger=”no”]¡¿Cómo se puede llamar sostenible a un servicio público al que se le permite una externalidad negativa en vidas humanas y millones de dólares en costos?! ¿Por qué las autoridades no nos dicen cuántas de esas 3.900 personas, que murieron por la contaminación del aire en Bogotá en 2020, se deben al transporte? ¿Son tan fuertes los sectores transportador e hidrocarburos, que no les permiten hablar de ello?

El principio 16o de la Declaración de Río dice que el que contamina paga. Si el transporte en Bogotá pretendiera ser sostenible, los que contaminamos pagaríamos y de buena gana, así fuera con base en un estimado.

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La ciudad no puede cobrar por el polvo del Sahara, ni por lejanos incendios forestales o erupciones volcánicas, que influyen en sus niveles de contaminación, pero sí podría hacerlo a los prestadores del servicio de transporte de carga y de pasajeros, también a los dueños de vehículos particulares y de las fuentes fijas en el territorio, como una forma de internalizar los costos ambientales, para captar recursos que podrían dedicarse a la descontaminación y a la salud. Eso sí, ténganlo claro: las empresas privadas no cederían parte de sus utilidades, trasladarían esos costos al consumidor y como consecuencia, muchas cosas, además del transporte, se volverían más caras.

Pero, ¿se imaginan el caos?, en ese punto aparecerían multitudes argumentando que no es posible demostrar la relación de causalidad entre los contaminadores y los enfermos. ¿Cómo me prueba usted que fue la contaminación de mi tubo de escape (y no la de otro) la que causó su enfermedad? ¡Son enfermedades multicausales!, ¿cómo sabe usted que se enfermó por la contaminación del transporte y no por el humo del cigarrillo?… En ese momento nos daremos cuenta de que no tenemos una sociedad sostenible, preocupada por los seres humanos y la naturaleza, sino por la defensa a ultranza de unos capitales económicos específicos.

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